
Al subir la mirada, mis orbes atisban el hermoso cóctel de tonos azulados en el cielo a través de la ventana. Allí estaban las nubes, algodones níveos de andar sosegado. Y también estaba el sol; radiante, pero fantasmal. Lo podía ver, pero con mucha lucha, sentir. Un sol que no brinda calor. Sí, así era.
Bajo la mirada y la reposo sobre mis objetos favoritos; infaltables en aquellas tardes que tanto amo. Un libro y una taza de té. De preferencia una buena lectura sobre vida, amistad y esperanzas, y una taza de té negro con calabaza.
Así terminan siendo mis tardes. Llenas de sorbos de té y ojos paseándose sobre letras. Tardes simplemente perfectas.