martes, 25 de agosto de 2015

❤ El sol que no brinda calor ❤


Hola! Ha pasado bastante tiempo...
Hoy en la Universidad, me dejaron como tarea empezar una novela corta, y debo admitir que jamás me había animado a empezar una, ni siquiera un capítulo, nada. Así que llegué a casa un tanto nerviosa y emocionada. Jugaría a ser escritora. Y qué mejor lugar para explayar todo lo que mi mente puede aportar que este Blog creado por mi, este pequeño espacio que dejé olvidado. Cuánto lo siento. Pero aquí estoy, y llego a ustedes con esta especie de...¿prólogo? Es un borrador realmente; fluyó de la nada, y sé que necesita mejoras, pero quiero que sean ustedes los primeros en presenciar este momento histórico en mi vida jajaja
Prometo pasarme por sus Blogs. Un beso para todos!


                                                 ❤


La luz del sol parece reposar sobre el rostro de Maddie. Sus ojos permanecen cerrados, afanosos de más calidez; un calor que, en contra de sus deseos, no alcanza su tacto. Y seguidamente, abre los ojos. Dos orbes que contemplan la apacibilidad de esa mañana, distinguida por un hermoso cielo azul y un radiante sol que no brindaba calor. Sí. Definitivamente, aquellas eran sus jornadas favoritas. 

El tren se detiene lentamente, y un ligero cosquilleo la obliga a enderezar su posición. Había llegado a un paradero, mas no era el suyo.

Con los párpados pesados, observa a la gente que subía. Algunos sonreían, otros no; unos cuantos eran trabajadores de oficina, y otros, probablemente, estudiantes de secundaria como ella. Aún así, el tren estaba casi vacío como de costumbre.

Entre los nuevos pasajeros, Maddie observa a una mujer ojerosa cargando a un pequeño niño en brazos que no podía estar tranquilo; se divertía tirando de los cabellos de su pobre madre. Luego se percata de un atleta, de esos que afirman correr todas las mañanas pero que terminan tomando el tren. También había una profesora, al parecer del jardín de infantes debido a su vestimenta. Un arquitecto con su maqueta, un policía con su uniforme oscuro, un abogado con su maleta de trucos, un hombre con un largo saco negro. Probablemente un espía, piensa Maddie mientras esboza una sonrisa, riéndose de su propia majadería. 

Y detrás de todos ellos, un muchacho. Podría tener la misma edad de ella; dieciséis o diecisiete años. Solo después de reposar sus ojos sobre él por unos segundos más, Maddie nota que aquel cabello azabache y aquellos ojos azulados le resultan muy familiares, y se da cuenta de que probablemente no era la primera vez que lo veía. 

“Claramente, es atractivo.”

Y extremadamente bien vestido. Si bien Maddie carecía de un vasto conocimiento sobre lo que la sociedad considera “estar de moda” y todo el gasto económico que conllevaba estarlo, podría apostar a que el blazer del muchacho equivalía, en términos monetarios, al doble de todo el conjunto de prendas que ella lucía en aquel momento. Vestido de esa manera, parecía un modelo de catálogo. O un hipster de Instagram. 

“Atractivo y adinerado.”

El muchacho resopla mientras desliza sus dedos sobre la pantalla de su celular, y sin despegar sus ojos de él, toma asiento en algún lugar vacío al fondo del tren, prácticamente al frente de donde se encontraba Maddie.  

No puede evitarlo. Desliza sus ojos y le clava la mirada una vez más. Ella sabe lo incómodo que podría resultar la situación si la atrapa mirándolo, pero había algo en él que simplemente no cuadraba, y Maddie quería descubrir lo que era. 

¿Por qué?, ¿qué ganaba ella descubriéndolo? 

“Alimentar la curiosidad. Simplemente eso.”

Un argumento creíble. O bien una excusa patética. No le importaba realmente. Aquello justificaba el recorrido que le hacía de arriba abajo, estudiándolo, tratando de encontrar con los ojos lo que es invisible hasta para el alma.  Maddie lo mira y  remira. Lo vuelve a mirar. Y dándose por vencida, decide mirarlo por una última vez, y fue en ese momento cuando el muchacho no dudó en reposar sus azulejos sobre los mieles de ella. Una apuñalada. Una mirada punzante, directa; esa clase de mirada que raramente la pone nerviosa, aquella que hace que se le erice la piel. 

Así, las nubes dejaron de andar. La brisa dejó de soplar. El tiempo transcurría cada vez más lento. O eso es lo que sentía Maddie. Las manecillas del reloj parecen estar totalmente congeladas y no sabe por cuánto tiempo habían permanecido así, observándose el uno al otro, tratando de leerse mutuamente como dos libros semiabiertos, ambos repletos de historias que podrían darse a conocer libremente si tan solo las tapas no fueran tan pesadas.

Dos segundos. Permanecieron así tan solo dos segundos. Y dos segundos fueron suficientes para que Maddie vuelva a percatarse de la ausencia de una pieza importante en aquel rompecabezas de cabello negro. Dos segundos fueron suficientes para que emerjan las respiraciones sonoras y los constantes latidos galopantes. Veloces parpadeos y dedos frenéticos. Su cuerpo se había convertido en una máquina de nervios, y aquello era el resultado de un “algo” y un “no sé qué” del chico.

Un escalofrío recorre el cuerpo de Maddie, y no sabe si es otro efecto secundario de su repentino nerviosismo o si se debe al hecho de haber llegado, por fin, a su paradero. 

Las respiraciones se detienen poco a poco, los latidos ya no golpean su pecho y las puertas del autobús se abren. Maddie suelta una bocanada de aire que estaba conteniendo y se encamina con mucha tranquilidad hacia la salida. 

Está a punto de bajarse del tren cuando un hombro golpea suavemente el suyo. 

—Perdón…—dice el ojiazul, casi en un susurro. Sus miradas se vuelven a cruzar casi al instante, como si se buscaran involuntariamente.

Maddie no puede evitarlo, y lo estudia una vez más. Cabello oscuro, totalmente negro; alto y atlético. Perfecto. Un príncipe. Un Adonis griego personificado. Todo un ladrón de suspiros, para qué negarlo. 

“Atractivo.”

Tenía ante ella a un muchacho rodeado de lujos; desde accesorios valiosos hasta vestimentas de marca reconocida. Ahora que lo miraba de más cerca, distinguía los detalles de su casaca, las líneas delgadas y los botones. Armani, definitivamente Armani.

“Atractivo y adinerado.”

Pero eran sus ojos azules las ventanas que revelaban los secretos de su alma. Maddie vio en aquellos ojos inexpresivos y helados lo que quiso comprender a primera vista. Sus miradas seguían cruzadas, y esta vez, en Maddie no hay nerviosismo alguno, pues la compasión que siente en su corazón es casi tan profunda como el vacío de aquellos ojos azules. 

“Adinerado, atractivo… y triste.”

Sus ojos eran de un color azul tan hermoso como el cielo de aquella mañana, pero carentes de calidez. Como el sol que no brindaba calor.

—Descuida. — contesta ella.


5 comentarios :

  1. escribes
    bellezas

    nostalgia...
    escribes
    con pasion
    escribes desde adentro
    de lo que llamamos corazon

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  2. Hola guapísima! Tu como yo en el retiro por un tiempo jajajaja, yo ya estoy de vuelta. Me parece perfecta la idea que han tenido en tu uni y mas aun que hayas decidido empezarla compartiéndola con nosotras. Me a gustado mucho esta intro a la historia y en realidad decirte que no me e quedado con una pizca de curiosidad de como seguiría seria mentirte jijiji.
    Un besito y espero verte pronto.

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  3. Hola! Como estas? Espero que bien :)
    Que lindo el relato de esta entrada. Adoro la forma en que describiste toda la situación. El momento del día, el paseo en tren, la atracción que sintió Maddie al ver al chico, la conexión que sintió cuando sus miradas se encontraron, como se pudo dar cuenta de los sentimientos de soledad y tristeza del otro. Me fascinó!
    Besos!!

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  4. Tu blog es precioso!!! super adorable y original ♥ Muy buena la iniciativa propuesta por la univeridad, creo que todos alguna vez tienen que animarse a escribir textos de ese tipo. Empecé a seguirte, y te invito a conocer mi blog de paso! un beso <3

    http://believe-meel.blogspot.com.ar/

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